Cuando desembarcamos en el parking del aeropuerto de Lublin -después de muchas horas de conducción desde Sandomierz, lluvias abundantes con sus truenos y relámpagos de verano y la oscuridad del atardecer que más se parecía al invierno que al mes de Agosto-, no nos recibió nadie. No esperábamos banda de música pero sí la típica actividad de los aeropuertos. Serían apenas las ocho o las ocho y media de la tarde y la única señal de vida provenía de las conversaciones de dos agentes de seguridad que velaban por la paz eterna de las instalaciones. Estaba claro que era uno de esos aeropuertos destinados al turismo nacional que sólo se mostraba operativo durante el día. No teníamos que coger ningún avión. Sólo habíamos de dejar el coche que habíamos alquilado dos días antes en perfectas condiciones, meternos en un taxi y descansar en el hotel que teníamos reservado en la pequeña y pintoresca ciudad polaca. Esperamos por el taxi bajo unos aleros. Por suerte, la lluvia había cesado al poco de llegar. Nada rompía la calma y el taxi llegó cuando debía, pero ese tiempo de espera allí solos, con la única protección de los aleros, las luces débiles de farolas y el silencio, hace que lo recuerde ahora como una escena de película futurista en la que los protagonistas se enfrentan por primera vez al escenario desolado que sigue a una guerra nuclear o una epidemia devastadora. Costaba imaginar que aquél debía ser otro lugar distinto a la luz del día.
La cabra montés: símbolo de la ciudad de Lublin. Frente al Hotel Europa
Nos hospedamos por una noche en el céntrico Hotel Europa, un edificio de aspecto serio y austero que había conocido tiempos mejores (en sus pasillos de la planta baja se mostraban orgullosos de las personalidades polacas que habían pasado por allí) y cuyos pasillos interminables y poco iluminados nos recordaron a los de la película El Resplandor. Los miedos se disiparon al abrir la puerta de la habitación. De hecho, la estancia fue bastante agradable y tranquila. Si eres de los que a un hotel le pides limpieza y tranquilidad, es una opción totalmente recomendable. La otra ventaja es su ubicación: muy cerca del casco histórico y en una zona peatonal y de tiendas. Un desayuno abundante y bien cuidado redondeó nuestra buena impresión.
Era ya algo tarde y había que comer algo. Sabíamos de los restaurantes recomendados en la guía que llevábamos, pero no era cuestión de callejear a esas horas sólo para comprobar si se cumplían nuestras expectativas. Simplemente nos dirigimos al local más cercano, que resultó ser un italiano de atmósfera agradable y romántica y comida insípida. Uno de tantos espacios de tu vida en los que te ves abocado a estar, a permanecer sin más durante un tiempo porque hay un cometido que cumplir. Un trámite que no te puedes saltar, como la visita rutinaria y aburrida al dentista o al taller porque a tu coche le ha vuelto a salir otra arruga. Menos mal que nuestro recorrido por la ciudad del día siguiente te recuerda que cada momento, sobre todo si estás de vacaciones, merece una oportunidad. Al día siguiente te levantas descansado, visitas los monumentos como si estuvieran allí sólo para ti -Lublin es mucho menos concurrida que Cracovia o Varsovia- y deseas quedarte como estás: lejos del dentista, los plazos de la hipoteca y el taller mecánico.
Vista del casco antiguo de Lublin desde la peatonal Krakowskie Przedmiescie
CONTINUARÁ