Siempre ha habido algaradas entre escritores. Famosas y entretenidas fueron en su época las mantenidas por Quevedo contra Góngora, o las de Cervantes contra Lope. En tiempos mucho más recientes podríamos citar las de Umbral contra uno de los protagonistas de esta entrada: Pérez-Reverte. Así que nada nuevo bajo el sol, salvo que la última contienda entre el novelista de éxito y académico contra su compañero de sillón más parece responder a una necesidad de estar en el candelero o en el “candelabro” que a un propósito literario o cultural del que todos pudiésemos extraer algún provecho.
No he leído ni una sola de las novelas de Pérez-Reverte y, de momento -que el futuro lo carga el diablo y no es cosa de tentar al maligno- no tengo la menor intención de hacerlo. La vida es corta y las lecturas, muchas, así que me veo obligado a elegir. Tal vez sea prejuicio, pero tengo al autor cartaginés como destacado representante de la novela novelesca, en la que priman la trama y el entretenimiento del lector sobre otras consideraciones. Sí he leído, si bien de manera errática y prácticamente empujado por las circunstancias (algo que hacer mientras esperas en la consulta de cualquier médico), algunos de sus artículos para la revista El País Semanal. Conocedor del gusto del autor de El capitán Alatriste por las palabrotas y por la forma directa y a menudo chulesca de despacharse a gusto contra todo lo que le desagrada, confieso que son estos los motivos que me han impulsado a leerlo, más allá de los contenidos en sí. En este sentido, y aunque me divierte e incluso haya estado de acuerdo con muchos de sus innumerables “cabreos”, lo mismo podría haber leído cualquier revista del corazón o enchufarme a Sálvame y tragarme sus cinco horas de verborrea de la Esteban. ¿Me entiendes?
En cuanto al profesor Francisco Rico, mis referencias siempre han sido las de la mayoría de los mortales: un académico reconocido por su entusiasmo por El Quijote y miembro más o menos destacado (por los medios) de esa, otra más, misteriosa institución española que se llama Real Academia de La Lengua, y de la que, como tantos otros inventos de nuestra burocracia patria, ignoro cuáles son sus verdaderos cometidos. Sí, de acuerdo, alguien tiene que estar al tanto de “fijar y dar esplendor a la lengua”, de la misma manera que debe existir un senado que “represente las sensibilidades de las distintas comunidades autónomas”, pero permítanme que, como mínimo, sospeche que igual, y sólo es una mera sospecha, que igual esas y otras instituciones deben su existencia a motivos mucho menos encomiables y algo más pedestres.
Así pues, tenemos, por un lado, a un insigne académico y, por otro, a un famoso novelista, embarcados en una riña que está llenando ríos de tinta y, de paso, aportando “vidilla” al a menudo austero y distante, cuando no ausente, mundo de las letras españolas. Según el profesor Rico, los motivos de la disputa son de orden lingüístico: le imputa a su compañero de sillón los mismos vicios que éste denunció en su momento y por los que, al parecer, pidió amparo a la academia. A saber: que la insigne institución se sacudiera su habitual letargo y se pronunciara sobre el nefasto intento de alguna consejería de educación de implantar en las aulas la distinción de género “ellos y ellas” cada vez que su uso genérico levantara suspicacias. Pérez-Reverte ha respondido desde su púlpito en El País. Según él, los motivos son exclusivamente de tipo “crematístico.” Es decir: la culpa vuelve a ser del “mardito parné.” Que detrás de toda esa cortina del académico se esconde su resquemor contra el escritor por no cederle ningún derecho de autor derivados de la venta de la edición para escolares de la inmortal obra cervantina. Los beneficios estaban destinados a aportar ingresos extra a la Academia y nada tenían que ver con ir a parar a bolsillos privados, ha explicado el novelista. Ni que Francisco Rico fuera el dueño del Quijote, ha venido a decir.
Llegados a este punto, me pregunto: ¿qué necesidad tienen estos dos caballeros de hacerse notar? ¿No son ya, sobre todo Pérez-Reverte, suficientemente conocidos? Sospecho, otra vez, que igual eso de vivir de las sucesivas ediciones conmemorativas del Quijote no sea suficiente para mantener un tren de vida decente. Algo más habrá que hacer para denunciar los magros sueldos de los académicos. Sospecho, también, que la fortuna de una novela no deja de ser caprichosa, por mucho que su autor sea sobradamente conocido. Tal vez una polémica de este tipo ayude a la promoción de la siguiente obra a punto ya de llegar a nuestras librerías. Tal vez.