Resucito en este blog después de un silencio necesario. Sigo con mi cruz a cuestas, por poner un símil cristiano, y no logro ver mi Gólgota, por lo que apenas debo haber comenzado mi calvario. No me preocupa. No tengo prisa.
Hasta ahora sólo he podido concentrarme en mi nueva novela y en escribirle a Julieta, desde un punto de vista puramente personal y terapéutico. Son escrituras a las que podía meterles mano. No tenía planeado volver tan pronto a esta plaza, pero la culpa de esta resurrección a medias hay que echársela, no a la brutalidad y la barbarie de estos últimos días, sino a unos cuantos carroñeros que, una vez más, han querido sacar provecho de la situación. En otra palabras: reacciono por repugnancia hacia ciertos comportamientos y críticas vertidas por medios, redes sociales e individuos concretos.
Empecemos por los últimos. Ése que dice que va un párroco y aprovecha la homilía del domingo para culpar a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, del atentado yihadista del pasado día 17, por no haber colocado bolardos en las calles donde se perpetró la masacre. ¡Qué señor más simpático!
Ése otro que dice que va un señor, al parecer alcalde de Alcorcón, que ya protagonizó algún momento estelar por nada, unos comentarios machistas de nada, de ésos que se les escapan a cualquiera, hombre, y se suma al simpático párroco de Cuatro Caminos en sus críticas a la alcaldesa por la falta de esos bolardos que, al parecer, tienen propiedades milagrosas. ¡Qué risas! ¡Qué gente más marchosa tenemos al frente de algunos ayuntamientos!
O aquél que dice que va un ex-ministro de la época de Aznar al que, de cuando en cuando, le ponen delante un micrófono amigo, y suelta una de esas ocurrencias que ya, según la pronuncia, se convierte en material de archivo: la culpa de la masacre de Barcelona es de todo el orbe occidental por haberse vuelto ateo y, de paso, haber aprobado el matrimonio homosexual. ¡Doble salto mortal sin pértiga!
Siempre se aprende algo. Incluso de los carroñeros. Ahora ya sé el nombre oficial de esos macetones que suelen decorar las calles peatonales de tantas ciudades del mundo. Antes los llamaba, en mi «falta de ignorancia», macetones. ¡Fíjate tú!
Están los grupos. La CUP, con cuya ideología se puede o no estar de acuerdo, como con cualquier otro partido político, va y se hace la graciosa y ataca la visita del Rey en Barcelona porque al buen hombre se le ocurrió que mejor cumplía con uno de sus deberes institucionales. Como esto de reír es un no parar, al monarca se le ha hecho el feo de evidenciar la histórica / histérica relación que inició su bonachón padre emérito con la dinastía «hermana» de Arabia Saudí, nada sospechosa de financiar al Estado Islámico, ese ente con tentáculos y sistemas de espionaje, al parecer, nada despreciables, capaz de llegar a mezquitas e imanes del gran y malvado Orbe Occidental. Tampoco han faltado intentos de vincular el atentado con posiciones independentistas. La carroña está servida. Todos a la mesa.
Están los medios. Los llamados medios de comunicación. Los grandes. Los consolidados. Los que tienen experiencia y, en cumplimiento de su deber de mantenernos informados, divulgan imágenes frescas de las víctimas recién salidas del horno de la barbarie. Lo hacen por nuestro bien. Para que nos sintamos identificados y suframos juntos. Menos mal que hicieron caso omiso de los consejos de la Policía Nacional y la Guardia Civil, que, en su insensatez, llegaron a recomendar, desde sus cuentas de Twitter, que no se divulgaran imágenes de las víctimas por respeto hacia las mismas. ¡Qué falta de juicio!
Están las redes sociales, esa hidra de mil cabezas que lo mismo reparte pan y peces que escupe fuego y odio. Los más descerebrados han ido criticando a esos medios oficiales y consolidados por divulgar las imágenes cancerígenas. Los sabios han entendido la lección del atentado e instado a expulsar de nuestro reino a esos islamistas a los que nada se les ha perdido aquí.
Está, por fortuna, una parte de la población civil, vecinos de Barcelona y grupos antifascistas, que abortaron, de manera espontánea, un conato de estupidez que se había convocado contra la presencia de inmigrantes de origen árabe. Insultos y lluvia de huevos contra el discurso del odio. Venga de donde venga. Tan mezquino es el imán salafista de Ripoll como los neofascistas que van surgiendo al amparo del yihadismo. Ésa es la lección. Ésa es mi esperanza. Ya basta de que nos tomen por tontos. Es la hora de deshacernos de todos esos carroñeros que nos sobran.