La importancia de “ser original”

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En la entrevista que el pasado siete de diciembre pudimos leer en el suplemento de libros del diario Infolibre, Los diablos azules, a la escritora Sara Mesa a propósito de la publicación de su última novela, Cara de pan, interpreté que la autora rechazaba la pregunta que solían hacerle: “¿qué has querido decir con esta novela?”. Más adelante, afirma que “no puedo explicar la pauta de interpretación de esta o de cualquier otra novela, porque yo misma no la sé o no la tengo clara.” Y remata: “a mí que me pidan que exprese de otra manera qué he querido decir en la novela me pone muy nerviosa, de eso ya se encarga la crítica, la publicidad, todo lo que rodea al libro.” El volver a cuestionar un dogma como el de las “supuestas claves interpretativas” de toda obra de ficción da cuenta de la robusta salud de la que gozan, aún hoy en día, los estereotipos o ideas preconcebidas o populares sobre la escritura de novelas, la escritura en general y los escritores.

A partir de esta entrevista y de algunas consideraciones sobre la cuestión suscitadas por la reciente serie El embarcadero, que estoy “siguiendo” en estos tiempos de redes sociales donde todo el mundo “sigue” a todo el mundo, donde nos convertimos en “influencers” o en “followers”, trataré de centrarme y desmontar tres de estos estereotipos o mitos que siguen circulando sobre el arte de la escritura creativa.

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AVIESAS INTENCIONES

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Basado en una

historia real.

                El hombre se sentó en el mismo banco del paseo, el que está más próximo al parque donde juegan los niños. Como ayer, cuando lo vi por primera vez, no llevaba periódicos, ni revistas, ni usó su móvil. Tal vez no tenga móvil. Todavía quedan personas mayores, como él, que no lo tienen. Igual lo tiene, pero se lo dejó en casa porque a veces se despista. Igual lo llevaba en algún bolsillo y tan sólo aguardaba una oportunidad para sacar una foto. Saludó a algunos vecinos que pasaron por su banco. Reuniones breves, de unos cinco minutos a lo sumo. Legales. Por lo demás, no hizo nada. Salvo observar a los niños.

Esta mañana, el hombre volvió a ocupar su asiento. Como sospechaba, tampoco sacó ningún móvil. Ni rastro de periódicos o revistas. Durante el tiempo que estuve observándolo desde mi terraza (más de treinta minutos, calculo), se mantuvo casi inmóvil, con las manos apoyadas en el regazo y los dedos entrecruzados, como vienen haciendo los jubilados españoles desde que se inventó la jubilación, allá por los años dorados del Caudillismo. Sólo la cabeza giraba despacio a un lado y a otro de cuando en cuando. Los gritos de los niños sofocaban los trinos de los pájaros y la lavadora del tráfico que rodaba al otro lado del paseo. Llamaron su atención. Se quedó un buen rato, más de diez minutos, observando a los niños. Fue en ese tiempo que le hice algunas fotos. Se podrían necesitar pruebas…

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