Operación «Reciclaje-Maquillaje» de La Monarquía

 

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Lo que más me irrita del ya viejo y prolongado escándalo que sacude a nuestra Real Casa es que piensen que somos imbéciles. Que nos traten como niños a los que se debe mantener apartados del fuego, de los enchufes, de los chuches ofrecidos por extraños y, en general, de cualquier peligro que amenace nuestras infantiles testas.

El episodio más reciente de la pestilencia borbónica que se ha apropiado del Estado, entre otras instituciones, y que hemos consentido, por omisión, sobre todo, a lo largo y ancho de otros cuarenta años de paz, apunta en la dirección de mantenernos, pobres súbditos incapacitados para el mínimo análisis, a salvo de aquellos aspectos de la vida que, por su crudeza, debemos dejar en manos de los adultos. Me refiero a la comparecencia, a petición propia, del aún director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el general Sanz Roldán, ante la Comisión de Secretos Oficiales, para ofrecer todo tipo de explicaciones acerca del contenido de las grabaciones que el comisario Villarejo (que, a este paso, va camino de convertirse en el comisario de policía más popular de España, con permiso de Pepe Carvalho) “arrancó” a la “entrañable amiga” del Emérito, la princesa Corinna, donde la rubia platino reveló una cascada de irregularidades que afectarían de lleno al padre del Rey Preparado.

Concluida la comparecencia, llega la sorpresa. PSOE y PP dan por válidas tales explicaciones, que podríamos imaginar de la siguiente guisa: todas las escuchas y los servicios de espionaje han estado siempre sometidos a la Ley; no hemos hecho otra cosa que cumplir con nuestro deber –esto es, mantener a raya el hedor a corrupción de los que nos hemos servido del Estado y, como alquimistas profesionales, transformarlo en jabón que lava más blanco y producir pastillas de campechanía, modernidad, amistades entrañables y entrañables fotografías de veranos en Marivent–; jamás hemos investigado a Juan Carlos I porque, para dicha misión, sería necesario contar con el mandato de un juez, que estamos en democracia –dedocracia–, y no ha sucedido tal cosa; y que todo es un montaje de ese policía, una suerte de guion, sin más propósito que el chantaje. Aquí, otros cuarenta años de paz y, en el cielo, gloria. “Operación reciclaje-maquillaje de la Monarquía” concluida con éxito. ¿Qué más queremos?

Pues sí, señores, queremos más. Cada vez somos más los que queremos saber más. Los que no nos conformamos con que se nos repita, desde púlpitos políticos y mediáticos, que “no estamos preparados para asumir una República”. ¿Sí lo hemos estado, por ende, para asumir cómo instituciones caducas, medievales, anacrónicas, se anclaban al Estado, como rémoras, y lo vampirizaban poco a poco? Se ha registrado la Comisión de Investigación propuesta por la coalición que ha permitido a Sánchez estar donde está, y que exige que se investiguen los “presuntos” delitos fiscales cometidos por el Emérito. Acabamos de conocer la noticia de que dicha investigación ya ha dado sus primeros pasos por parte de la Fiscalía Anticorrupción. Al parecer, la inviolabilidad del Rey es de aplicación a su mandato, pero no una vez abdicado, por muy aforado que esté ante el Tribunal Supremo. Esta particularidad no impediría atribuirle un delito de blanqueo de capitales si se demostraran las acusaciones vertidas por Corinna. En suma, hay esperanza jurídica.

Pero, señores, no nos conformamos con esto, y queremos más, porque no se trata de una cuestión que se agote en los juzgados. El desafío es mucho mayor. Se ha publicado que un 52 % de la población española aprobaría la convocatoria de un referéndum sobre el modelo de Jefatura de Estado que se desea, y un 37 % declara estar a favor de la abolición. De todas las monarquías que persisten en Europa, la nuestra es la peor valorada. Por lo tanto, existe una mayoría que no se conforma con asumir la pestilencia borbónica, azote de siglos, y que ya ha empezado a movilizarse en las calles. A los que argumenten que todo esto no es más que una cortina de humo; que un Jefe de Estado republicano acabaría por cometer los mismos delitos que ahora se le atribuyen al Borbón I; que los asuntos más importantes, los que de verdad preocupan a la ciudadanía, como el paro, la degradación de la educación y la sanidad públicas, la precariedad laboral, la falta de medios para los dependientes y esa larga cadena de lacras que hemos visto crecer y engordar durante los interminables años del Rajoniato, siguen en el mismo sitio en que los encontró Sánchez, cabría recordarles que los hechos, aunque parezcan aislados y desconectados entre sí, en realidad, están entrelazados. Muchos de los más perjudicados por la crisis no lo hubieran pasado tan mal si parte de las subvenciones a las que se debe un Estado de bienestar, y a las que tienen derecho, no hubiera ido a parar a los bolsillos de empresarios, banqueros y políticos con nombres y apellidos, o no se hubiera utilizado para sufragar las cuentas opacas de una institución tan desacreditada, por méritos propios, como la Monarquía.

Más que caliente, el tejado de zinc por donde camina el PSOE está ardiendo. ¿Qué harán esta vez? ¿Torpedear el avance de la Comisión de Investigación y actuar, de nuevo, de alcahuetes de un sistema, coronado por la mencionada institución rancia, que clama por una regeneración urgente y masiva? ¿O se volverán hacia sus aliados, que, en definitiva, también representan a una gran parte de la sociedad española que ansía un cambio de rumbo definitivo, una suelta de amarras con el Franquismo y su posterior herencia del 78? Difícil papeleta de la que se puede salir trasquilado, pero habrá que correr el riesgo. ¿O no?

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