Varas de medir

Ya hace años que venía sospechando que el Franquismo ni se había retirado, ni se había asumido, ni se había depurado jurídica y socialmente, como sí ocurrió en Italia y Alemania, o, más recientemente, con las dictaduras de nuestros tocayos del otro lado del Atlántico. Había señales. Muy sutiles, pero si uno ponía atención, se lograba identificarlas: manifestaciones puntuales de sus seguidores cada 20 de noviembre católico, apostólico y romano; fundaciones sin ánimo de lucro que todavía llevan su nombre; alguna que otra calle de alguna que otra ciudad que sigue recordando el buen hacer de generales del Levantamiento… Franquismo de baja intensidad, por calificarlo de algún modo. A ese Franquismo nos acostumbramos. Como teníamos las libertades que nos garantizó la Constitución del 78, (sin duda, y sin ironía, totalmente necesarias después de casi 40 años de taparse la boca), pues todos tan contentos.

Durante esos mismos últimos 40 años, se nos ha seguido vendiendo a nuestra señora Constitución como»el marco que nos hemos dado entre todos para…».  El mantra funcionó muy bien. No había que abrir heridas, sino coserlas. ¡Y bien que las cosieron! Atadas y bien atadas, como el hecho no negociable de que el nuevo Estado iba a ser monárquico o no lo sería, tal y como sugirió El Generalísimo. No había que echar la mirada atrás, sino pasar página. ¡Y vaya que sí la pasaron! Había que incluir todas las sensibilidades, incluso las que se habían beneficiado de los pequeños desequilibrios socio-económicos inherentes al Régimen. De esta manera se recauchutaron o reconvirtieron a la nueva fé democrática,  como se han ido  reconvirtiendo las industrias patrias que van dejando de ser rentables, (y no es casual el símil, que a la economía ni mentarla), familias de abolengo que se han ido perpetuando y, qué casualidad, salvo honrosas excepciones que confirman la norma, copando los altos cargos en la economía (¡la he mentado!), las finanzas (con el Ibex 35 por bandera), la justicia y los medios de comunicación. Aparte de las de abolengo, habían otras familias. Esas prometieron el cambio y hay que reconocerles grandes saltos en la escalera de los derechos sociales, sobre todo en la etapa de Zapatero, por mucho que les pese a algunos. Lástima que luego se metieran, «malmetieran», las eléctricas, y con ellas llegó el escándalo de las puertas giratorias. Hoy estás en el gobierno y mañana de directivo pasota en una eléctrica. Nos acostumbramos. Hasta ahora.

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Vínculos

Días atrás, en conversación wasapeada con una amiga, me confesó que, tras ocho años de convivencia con su pareja, y tras sentirse golpeada por dramas cercanos, se estaba planteando la posibilidad de poner fin a la relación. El trabajo continuo y forzado de su pareja, con la consecuente falta de tiempo libre para ser, al menos, un poco libres, serían los instigadores de la rebelión interna. Mi amiga, en el fondo, me estaba hablando de vínculos, y de que es saludable, higiénico, conveniente, el revisarlos de cuando en cuando. Ponerlos a prueba. Pasarlos por la ITV para detectar quiebras y ofrecer soluciones antes del paso de la solución final.

Vengo leyendo en diversos medios de comunicación opiniones sobre la cuestión catalana. Algunos análisis han tirado del enfoque feminista, desde mi opinión, con bastante acierto, para situar el problema desde otra óptica y así, tal vez, con esas gafas nuevas, verlo con mayor claridad. No sólo los medios, sino hasta algún político, durante el debate en el Congreso sobre el conflicto catalán, parte del cual seguí por la radio, ha apelado a la dialéctica sórdida de la violencia de género, de esos terroristas domésticos del “tienes que estar conmigo porque eres mía”, para desnudar una de las verdades incómodas que se esconden detrás de esta cortina de humo, “el desafío soberanista”, que al Gobierno central le ha interesado levantar para cubrir asuntos que le afectan más directamente, como la corrupción de su partido, que no cesa de ser investigada (y más ahora que Bárcenas puede destapar, ahora sí, en serio, la caja de Pandora). La óptica feminista aplicada al conflicto que han armado, con toda intención, los políticos de ambos bandos, a los que elegimos, cabe recordar, para lo contrario, esto es, para aportar soluciones y abrir caminos de cara al futuro, también viene a hablarnos, como mi amiga, de los mismos vínculos: los de pareja. Todos conocemos matrimonios atados y bien atados que permanecen juntos, no porque se hayan esmerado en lubricar sus vínculos, con esa carga erótica del verbo “lubricar”, que tanto apego muestra por la vida, sino por otras razones entre las que figura el miedo a la soledad. Sus lazos están podridos desde hace tiempo, pero mantienen las apariencias.

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