HABIT ROUGE

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No hace mucho tiempo vivió un abogado, de los de barriga en ristre y canas onduladas que se aplastaba hacia atrás con Eau de Parfum Habit Rouge, que era muy cotizado en la región por tener fama de no haber perdido un caso. Un domingo, harto de ser el aguafiestas de la semana, el yo de ese día presentó una enmienda a la totalidad contra el régimen instaurado por los otros días hacía más de treinta años. Consiguió el respaldo del yo de los lunes, que insistió en que había que presentar una querella o nada. La noticia del golpe de Estado no sentó nada bien en el palacio de los días laborables. Tras arduas deliberaciones, se aprobó la propuesta del yo de los martes: poner a disposición del partido el arsenal de armas químicas y biológicas. Las batallas, encarnizadas y sangrientas, faltaría más, se sucedieron hasta el domingo siguiente, fecha en que los sublevados presentaron la rendición incondicional. Como el abogado tenía la costumbre de vivir solo, no fue hasta el viernes que la empleada de hogar encontró el pesado cuerpo tendido en el aseo de la planta baja, la pesada cabeza sepultada por el amasijo de canas teñidas de rojo que serpenteaban, que serpenteaban.

 

TOMA DE POSESIÓN

Finalizada la contienda, llegó el armisticio. A partir de ahora, y siguiendo los términos de la rendición, el yo de los martes tomaría posesión de los lunes. A pesar de que ningún yo externo se atrevería a sacar el asunto, al menos, en público, por incumbir directamente al jefazo, era preciso atajar los rumores, gestos, miradas y actitudes antes de que se produjeran. Tan pronto se incorporó al despacho el lunes, el yo de los martes tomó la palabra para explicar que se encontraba bien, gracias, que tan sólo se había tomado una semana de descanso, pero que había vuelto con las pilas bien cargadas. Por desgracia, el cuerpo que se sentaba frente al ordenador y comprobaba la agenda seguía siendo el de los lunes. Desastres de la guerra.