Operación «Reciclaje-Maquillaje» de La Monarquía

 

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Lo que más me irrita del ya viejo y prolongado escándalo que sacude a nuestra Real Casa es que piensen que somos imbéciles. Que nos traten como niños a los que se debe mantener apartados del fuego, de los enchufes, de los chuches ofrecidos por extraños y, en general, de cualquier peligro que amenace nuestras infantiles testas.

El episodio más reciente de la pestilencia borbónica que se ha apropiado del Estado, entre otras instituciones, y que hemos consentido, por omisión, sobre todo, a lo largo y ancho de otros cuarenta años de paz, apunta en la dirección de mantenernos, pobres súbditos incapacitados para el mínimo análisis, a salvo de aquellos aspectos de la vida que, por su crudeza, debemos dejar en manos de los adultos. Me refiero a la comparecencia, a petición propia, del aún director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), el general Sanz Roldán, ante la Comisión de Secretos Oficiales, para ofrecer todo tipo de explicaciones acerca del contenido de las grabaciones que el comisario Villarejo (que, a este paso, va camino de convertirse en el comisario de policía más popular de España, con permiso de Pepe Carvalho) “arrancó” a la “entrañable amiga” del Emérito, la princesa Corinna, donde la rubia platino reveló una cascada de irregularidades que afectarían de lleno al padre del Rey Preparado.

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CAZA MENOR

 

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El hombre disparó una vez. Luego, una segunda. Una tercera. No se han hallado registros, por lo que el número de disparos podría haber alcanzado una cifra mucho más elevada. La cámara del móvil apuntaba al objetivo. No era el cuadro de luces y sombras que arrojaban las farolas sobre los muros del casco viejo, repleto de turistas. No eran las diminutas vírgenes de piedra que observaban desde las esquinas. Un niño de 6 años. Una niña de diez. Otra de apenas tres. El hombre hubiera permanecido algo más en los callejones empinados, repletos de turistas, de no ser reclamado por su mujer y sus tres hijos menores. El viaje imponía su ritmo. No faltarían lagunas de tiempo que el hombre sabría aprovechar. En eso, era un experto. La cacería estaba resultando de lo más fructífera.