San Pablo y la mujer calva

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Cuando las puertas de la iglesia se cerraron tras la inauguración del último proyecto, y el edificio quedó a oscuras, libre de fotógrafos, sin grabadoras ni copas de champán del país vecino, apagado el eco de las risas y los comentarios, llegó el turno de los residentes seculares. La permisividad de los gestores de la iglesia, marca de la casa, había llegado demasiado lejos. ¿Qué clase de aberración era ésa? ¿Cómo se podía llamar ARTE a una colección de fotografías de mujeres, todas calvas, todas “envalentonadas”, como tradujeron del inglés los más versados? ¿No había otro lugar en todo Gante donde exhibir ese despropósito?

La peor parte se la llevó el bueno de San Pablo. Justo enfrente, día y noche, le observaba directamente una de esas mujeres que, además de calva, decoraba su cráneo con un extraño dibujo. Por si fuera poco, la mujer le sonreía. ¡Le sonreía de una manera lasciva! ¡Provocadora! ¡Vade retro, Satán!

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ESTORBO

 

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La denunciante, M. H. G., de 69 años de edad y vecina del Camino Largo, sito en el municipio de La Laguna, declara que en la mañana del pasado martes, 3 de julio del presente año de 2018, se despertó, tal y como acostumbra, a las siete y cuarenta y cinco horas. Declara que se tomó la píldora verde para la memoria que deja cada noche en la mesilla, como de costumbre. Afirma que el hueco que había dejado el cuerpo de su marido en las sábanas de la cama apenas difería del de los días precedentes. Refiere que el desaparecido se dormía rápido, que no roncaba ni cambiaba de posición. Siempre se levantaba antes que M. H. G. La denunciante afirma que se encaminaba hacia el cuarto de baño, cuando un enorme ropero le bloqueaba el paso. Insiste en que no le constaba haber visto antes el mencionado ropero en su vivienda. Se trataba de un mueble bastante desvencijado, pero lo suficientemente sólido como para que M. H. G. no pudiera desplazarlo. Refiere que llamó a su marido desde el móvil, pero constata que la melodía que sonó desde alguna habitación de la vivienda se correspondía con la del móvil del desaparecido. Declara que pensó que habría ido a comprar las barras de pan, como solía hacer todas las mañanas, incluso antes de la jubilación, y se había dejado olvidado el aparato. Sostiene que le había ocurrido alguna vez. Sostiene que el desaparecido gozaba de relativa buena salud, física y mental, si bien, en los últimos años, se desgastaba frente al televisor, o asomado al balcón para ver pasar a la gente y no estorbar así a la denunciante en sus quehaceres domésticos.

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