Fábula del simio y la serpiente

Debe haber alguna relación, un enlace secreto, con sus códigos a lo Dan Brown, entre los grandes simios y las serpientes, cuando los zoos modernos nos presentan a ambas especies detrás de gruesos cristales.

La historia viene de lejos. El primer hombre y la primera mujer sucumbieron a la tentación del fruto prohibido por seguir los malvados consejos de la serpiente. Con el paso del tiempo, cambiaron las tornas: las serpientes dejaron de dar consejos (incluso enmudecieron y fueron ignoradas, como los demás animales), mientras que nosotros, los descendientes de aquella pareja primera, desarrollamos el binomio inteligencia-habla, y con él, delicadezas como la capacidad de ordenar el mundo y hacerlo pedazos.

El tiempo siguió corriendo e inventamos los zoológicos. Nos hicimos rabiosamente modernos y sustituimos las jaulas de hierro por enormes imitaciones de hábitats naturales y despejados trozos de cristal grueso que nos permiten contemplar a ambos, serpientes y nuestros primos menos aventajados por la evolución, con seguridad. Ya sólo nos falta colocarlos frente a frente, no vaya a ser que nos olvidemos de cómo empezó la historia.

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