Fábula del simio y la serpiente

Debe haber alguna relación, un enlace secreto, con sus códigos a lo Dan Brown, entre los grandes simios y las serpientes, cuando los zoos modernos nos presentan a ambas especies detrás de gruesos cristales.

La historia viene de lejos. El primer hombre y la primera mujer sucumbieron a la tentación del fruto prohibido por seguir los malvados consejos de la serpiente. Con el paso del tiempo, cambiaron las tornas: las serpientes dejaron de dar consejos (incluso enmudecieron y fueron ignoradas, como los demás animales), mientras que nosotros, los descendientes de aquella pareja primera, desarrollamos el binomio inteligencia-habla, y con él, delicadezas como la capacidad de ordenar el mundo y hacerlo pedazos.

El tiempo siguió corriendo e inventamos los zoológicos. Nos hicimos rabiosamente modernos y sustituimos las jaulas de hierro por enormes imitaciones de hábitats naturales y despejados trozos de cristal grueso que nos permiten contemplar a ambos, serpientes y nuestros primos menos aventajados por la evolución, con seguridad. Ya sólo nos falta colocarlos frente a frente, no vaya a ser que nos olvidemos de cómo empezó la historia.

Varas de medir

Ya hace años que venía sospechando que el Franquismo ni se había retirado, ni se había asumido, ni se había depurado jurídica y socialmente, como sí ocurrió en Italia y Alemania, o, más recientemente, con las dictaduras de nuestros tocayos del otro lado del Atlántico. Había señales. Muy sutiles, pero si uno ponía atención, se lograba identificarlas: manifestaciones puntuales de sus seguidores cada 20 de noviembre católico, apostólico y romano; fundaciones sin ánimo de lucro que todavía llevan su nombre; alguna que otra calle de alguna que otra ciudad que sigue recordando el buen hacer de generales del Levantamiento… Franquismo de baja intensidad, por calificarlo de algún modo. A ese Franquismo nos acostumbramos. Como teníamos las libertades que nos garantizó la Constitución del 78, (sin duda, y sin ironía, totalmente necesarias después de casi 40 años de taparse la boca), pues todos tan contentos.

Durante esos mismos últimos 40 años, se nos ha seguido vendiendo a nuestra señora Constitución como»el marco que nos hemos dado entre todos para…».  El mantra funcionó muy bien. No había que abrir heridas, sino coserlas. ¡Y bien que las cosieron! Atadas y bien atadas, como el hecho no negociable de que el nuevo Estado iba a ser monárquico o no lo sería, tal y como sugirió El Generalísimo. No había que echar la mirada atrás, sino pasar página. ¡Y vaya que sí la pasaron! Había que incluir todas las sensibilidades, incluso las que se habían beneficiado de los pequeños desequilibrios socio-económicos inherentes al Régimen. De esta manera se recauchutaron o reconvirtieron a la nueva fé democrática,  como se han ido  reconvirtiendo las industrias patrias que van dejando de ser rentables, (y no es casual el símil, que a la economía ni mentarla), familias de abolengo que se han ido perpetuando y, qué casualidad, salvo honrosas excepciones que confirman la norma, copando los altos cargos en la economía (¡la he mentado!), las finanzas (con el Ibex 35 por bandera), la justicia y los medios de comunicación. Aparte de las de abolengo, habían otras familias. Esas prometieron el cambio y hay que reconocerles grandes saltos en la escalera de los derechos sociales, sobre todo en la etapa de Zapatero, por mucho que les pese a algunos. Lástima que luego se metieran, «malmetieran», las eléctricas, y con ellas llegó el escándalo de las puertas giratorias. Hoy estás en el gobierno y mañana de directivo pasota en una eléctrica. Nos acostumbramos. Hasta ahora.

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