Érase una vez un machista que…

Demasiadas coincidencias. Demasiadas conexiones entre mi vida, limitada por la carne, el hueso y las neuronas, y esas múltiples, ilimitadas oportunidades que ofrecen la buena literatura y el buen cine para todo aquél que busque enriquecerse, expandirse, diversificarse hasta parecer alguien distinto, como si te contemplaran otros, miradas más o menos coincidentes sin rechazar las contradictorias. Libros y películas que te sacan, bien por la fuerza, mejor si es por seducción magnética, de tu territorio, y te obligan a calzarte con los zapatos del que, de otro modo, nunca tendrías la oportunidad de acercarte lo suficiente. Ya no me hago preguntas. Acepto el hecho. Es más que evidente que elijo lecturas y cine porque intuyo que me van a interpelar, de forma directa, por un hecho o anécdota que me ha “sucedido” poco tiempo atrás. También se me presenta el fenómeno opuesto: párrafos que leo y escenas de películas que veo porque sé, sin hacerme preguntas, sin cuestionar el dogma, como en una novela de Paul Auster, que se anticipan a lo que, algún tiempo después, casi siempre breve, está a punto de “sucederme” en “mi vida real”.

Leo un artículo de un periodista que acusa a todos los hombres, sin distinción, de ser “machistas pasivos” por, en algún momento de nuestras vidas de carne, hueso y más o menos neuronas, por breve y absolutamente aislado que ese momento haya sido, por mucho que nos consideremos modernos y abiertos, por muy claramente que estemos y nos hayamos posicionado en contra de mentalidades machistas, racistas y/u homófobas, haber consentido, con nuestro silencio cómplice y nuestra inacción, actitudes machistas, racistas y homófobas que hemos presenciado en nuestro entorno cercano. Humo que todos hemos fumado, como lo hacíamos antes de la prohibición, que tanta edad no tiene, lo quisiéramos o no.

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