AVIESAS INTENCIONES

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Basado en una

historia real.

                El hombre se sentó en el mismo banco del paseo, el que está más próximo al parque donde juegan los niños. Como ayer, cuando lo vi por primera vez, no llevaba periódicos, ni revistas, ni usó su móvil. Tal vez no tenga móvil. Todavía quedan personas mayores, como él, que no lo tienen. Igual lo tiene, pero se lo dejó en casa porque a veces se despista. Igual lo llevaba en algún bolsillo y tan sólo aguardaba una oportunidad para sacar una foto. Saludó a algunos vecinos que pasaron por su banco. Reuniones breves, de unos cinco minutos a lo sumo. Legales. Por lo demás, no hizo nada. Salvo observar a los niños.

Esta mañana, el hombre volvió a ocupar su asiento. Como sospechaba, tampoco sacó ningún móvil. Ni rastro de periódicos o revistas. Durante el tiempo que estuve observándolo desde mi terraza (más de treinta minutos, calculo), se mantuvo casi inmóvil, con las manos apoyadas en el regazo y los dedos entrecruzados, como vienen haciendo los jubilados españoles desde que se inventó la jubilación, allá por los años dorados del Caudillismo. Sólo la cabeza giraba despacio a un lado y a otro de cuando en cuando. Los gritos de los niños sofocaban los trinos de los pájaros y la lavadora del tráfico que rodaba al otro lado del paseo. Llamaron su atención. Se quedó un buen rato, más de diez minutos, observando a los niños. Fue en ese tiempo que le hice algunas fotos. Se podrían necesitar pruebas…

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