Vínculos

Días atrás, en conversación wasapeada con una amiga, me confesó que, tras ocho años de convivencia con su pareja, y tras sentirse golpeada por dramas cercanos, se estaba planteando la posibilidad de poner fin a la relación. El trabajo continuo y forzado de su pareja, con la consecuente falta de tiempo libre para ser, al menos, un poco libres, serían los instigadores de la rebelión interna. Mi amiga, en el fondo, me estaba hablando de vínculos, y de que es saludable, higiénico, conveniente, el revisarlos de cuando en cuando. Ponerlos a prueba. Pasarlos por la ITV para detectar quiebras y ofrecer soluciones antes del paso de la solución final.

Vengo leyendo en diversos medios de comunicación opiniones sobre la cuestión catalana. Algunos análisis han tirado del enfoque feminista, desde mi opinión, con bastante acierto, para situar el problema desde otra óptica y así, tal vez, con esas gafas nuevas, verlo con mayor claridad. No sólo los medios, sino hasta algún político, durante el debate en el Congreso sobre el conflicto catalán, parte del cual seguí por la radio, ha apelado a la dialéctica sórdida de la violencia de género, de esos terroristas domésticos del “tienes que estar conmigo porque eres mía”, para desnudar una de las verdades incómodas que se esconden detrás de esta cortina de humo, “el desafío soberanista”, que al Gobierno central le ha interesado levantar para cubrir asuntos que le afectan más directamente, como la corrupción de su partido, que no cesa de ser investigada (y más ahora que Bárcenas puede destapar, ahora sí, en serio, la caja de Pandora). La óptica feminista aplicada al conflicto que han armado, con toda intención, los políticos de ambos bandos, a los que elegimos, cabe recordar, para lo contrario, esto es, para aportar soluciones y abrir caminos de cara al futuro, también viene a hablarnos, como mi amiga, de los mismos vínculos: los de pareja. Todos conocemos matrimonios atados y bien atados que permanecen juntos, no porque se hayan esmerado en lubricar sus vínculos, con esa carga erótica del verbo “lubricar”, que tanto apego muestra por la vida, sino por otras razones entre las que figura el miedo a la soledad. Sus lazos están podridos desde hace tiempo, pero mantienen las apariencias.

Si continuamos por esta línea de los paralelismos de la cuestión catalana, que es la cuestión española, con los lazos que establecemos los humanos con nuestros semejantes con el propósito de formar una sociedad que nos dé cobijo y libertad a un tiempo, podríamos enlazar aquí con los vínculos que no hemos elegido, los que nos vienen dados desde que nacemos: la familia y el lugar donde hemos tenido el accidente de venir al mundo. Porque nacer en un determinado lugar y en un determinado seno familiar es eso, un simple accidente, por más vueltas que se le quiera dar. No depende de nosotros. Decir, al parecer, cada vez más y, sobre todo, cada vez más alto, que uno se siente orgulloso del país, región o pueblo donde haya nacido, no por méritos o valores que ese país, región o pueblo haya podido desarrollar y poner al servicio de sus habitantes, sino por el mero y simple hecho accidental de haberse asomado al mundo en ésos y no en otros lugares, es, como mínimo, una solemne estupidez. Una gran majadería que se marchita apenas se pronuncia.

Vaya por delante que desapruebo el secesionismo que defienden los independentistas, que, a tenor de los “resultados” (entre comillas porque nada oficial se puede decir sobre esto) del referéndum del 1 – O, distan de ser mayoría (apenas un 42 % si nos creemos las cifras que se han publicado). Vaya por delante que prefiero una España con Cataluña a una sin ella. Vaya por delante que siempre he sospechado de todos los nacionalismos, de todos, tanto de los periféricos, como del central –y aquí se abre otra paradoja: lo periférico, el nacionalismo catalán y vasco sobre todo, se ha ido centralizando, en el sentido de ocupar espacios destacados de nuestro imaginario, al menos desde los ochenta, y a fuerza de acaparar telediarios y portadas, mientras que el nacionalismo español, si bien nunca ha desaparecido, ha mantenido un perfil bajo, discreto durante esas mismas décadas. Si esto ha sido así, se lo debemos, en parte, al Estado de las Autonomías, que ha contribuido a cimentar, casi sin darnos cuenta, una mentalidad ya arraigada en nuestro país desde mucho antes, una mentalidad que nos ha acercado a nuestro entorno inmediato, a la par que alejado del más vasto y general. Hasta ahora. “El desafío catalán” o “desafío soberanista”–términos más utilizados por unos medios y partidos políticos que otros a la hora de definir el actual tira y afloja entre Estado y Cataluña con la pretensión, nada inocente, de reducir el conflicto, establecer dos bandos y obligar a posicionarse en el de los buenos, los “constitucionalistas”, los que obedecen las leyes, o los malos, los golpistas, esos millones de ciudadanos de una autonomía, una nación díscola a los que les ha dado, vaya usted a saber por qué, por preguntarse si no tendrán derecho a decidir si quieren revisar el vínculo que los ha unido históricamente al resto del país– ha despertado al monstruo españolista. Ya abre la boca sin pudor y enseña los dientes sedientos de sangre de siempre y se envuelve en banderas para no quedarse, como ha dicho el genial Sacristán, “en pelotas”. Ha salido de su guarida a cazar, a imponer su hegemonía de siglos, su hegemonía cargada de razones de un Estado hecho a medida y sellada por instituciones que habían nacido con la esperanza de servirnos a todos, pero a las que ha ido raptando y violando hasta plegarlas a sus intereses. El enemigo, el otro bando, como es lógico, también muerde y araña todo lo que puede. Surgen los estelados que tachan de “fascistas” a todos los conciudadanos (“el caso Coixet”, el caso “Serrat”…) que disientan del discurso independentista del Govern, que aspira, cómo no, a ser hegemónico. En medio, por fortuna, una vez más, buena parte de nuestra sociedad civil se pone por delante de sus representantes en sus respectivos parlamentos, y se ha levantado para exigir diálogo y política –sí, política para resolver un conflicto político, que no meramente jurídico, como pretenden reducirlo el Gobierno central y sus adláteres, PSOE y Ciudadanos– a los dos bandos desquiciados.

Estoy orgulloso de la España del jamón serrano y de quesos y vinos que ganan premios internacionales. Estoy orgulloso de ese gran invento catalán que es el pan tumaca, que consumo casi a diario. Más orgulloso aún estoy de monumentos como La Catedral de Burgos, La Mezquita de Córdoba, el barrio gótico de Barcelona o La Pedrera de Gaudí. Sin palabras me quedo ante monumentos naturales como El Teide, Los Picos de Europa, Las Bárdenas Reales de Navarra o los Valles Pasiegos en Cantabria. ¡Cómo no iba a sentirme orgulloso del país de Cervantes, Goya, Picasso, Ramón y Cajal, Lorca, Buñuel, Dalí y Gaudí! Claro que tengo motivos para sentirme orgulloso de ser español, pero más lo estaría si ese mismo país, al que pertenezco por accidente y quiero por sus bondades, no fuera el país de la corrupción en el poder, de la impunidad, de la politización descarada de la justicia y sus órganos, de la fuga de cerebros, del fracaso escolar, del fracaso en sus leyes de educación, de la pobreza infantil, de trabajadores pobres o empobrecidos por los recortes, del desvío de fondos públicos para rescatar bancos que estafaban a sus clientes, del desvío de fondos públicos para nutrir colegios y hospitales privados… ¿Suficientes motivos para comprender que un porcentaje, si bien no mayoritario pero sí significativo de una parte de nuestro país, decida que ya está bien, que habrá que plantearse si les sale a cuenta mantener su vínculo con el resto? ¿Y nosotros, el resto? ¿No tenemos también derecho a quejarnos cuando entendemos que nuestros vínculos no elegidos empiezan a apestar de puro podridos?  Si parecemos cada vez más tolerantes con la idea de poner a prueba nuestras relaciones de pareja o amistad, lazos que sí elegimos mientras andamos por la vida, ¿por qué todavía, en cambio, nos mostramos tan reticentes a ser críticos con los que nos vienen impuestos? Tenemos derecho a revisarlos, a sentarnos a la mesa con nuestros parientes, parejas, vecinos, conciudadanos o miembros de nuestro país a discutir lo que va mal y tratar de encontrar soluciones mediante la negociación, lo que implica que todas las partes deberán renunciar a algunos de sus puntos de partida. Si la negociación falla, habrá también que ser generosos y conceder a las partes el derecho a seguir andando por la vida por separado. No faltarán el Vía Crucis y los abismos, sobre todo al principio, pero tampoco desaparecerán la belleza y la dignidad. El camino no se acaba nunca.

4 comentarios en «Vínculos»

    1. Hola Mandomán. Estás en tu derecho a discrepar sobre mi comparación con la violencia de género, pero no me refería a que los de un bando son víctimas y los del otro verdugos, sino que, al igual que ocurre en muchos casos de violencia de género, una parte se cree con derecho a incluir a la otra sí o sí, como si la otra parte no tuviera el derecho a escoger si quiere o no seguir perteneciendo al vínculo original. No se puede obligar a nadie a quedarse dentro de ningún clan o tribu o sociedad por la fuerza. Para eso está el diálogo. Si no funciona, entonces habrá que tirar por sendas distintas. El mundo no se acaba ahí.

      1. El diálogo está agotado. Dado que «no se puede obligar a nadie a quedarse dentro de ningún clan (…) por la fuerza», aserto con el que estoy de acuerdo, lo siguiente sería el referéndum, con la colaboración y lealtad del gobierno central.

        1. No entiendo que el diálogo esté agotado cuando ni siquiera se le ha dado la mínima oportunidad. Cuando el Govern habla de diálogo, sólo lo hace para ganar tiempo. No hay voluntad por ninguna de las partes. De acuerdo contigo en el referéndum pactado y consensuado por todos los partidos políticos. Si hubiera sentido de Estado, o simplemente, sentido de la responsabilidad política, no se habría llegado hasta aquí. Me temo que todo se quedará igual para después, como ya dicen muchos analistas, ir a peor.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *